El té es una bebida que se disfruta en todo el mundo. Se puede tomar solo, con azúcar, o incluso con leche. También caliente o frío. Pero tal vez no conoces de dónde proviene el té. ¿Cómo se ha convertido en algo tan popular? En CurioSfera-Recetas.com, te vamos a explicar cuál es el origen del té y su historia.
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Procedencia y origen del té
Una leyenda china afirma que el té fue descubierto e introducido en las costumbres chinas por el emperador Shem-Yung hacia el año 2750 a.C. Al parecer, el soberano había ordenado a sus súbditos beber agua hervida para evitar enfermedades contagiosas. Mientras se hervía el agua cayeron en el perol algunas hojas de té, arbusto oriundo de aquellas tierras.
Al emperador le gustó tanto el sabor que las hojas de té dejaban en el agua que decidió popularizar la bebida. No obstante el relato legendario, las noticias históricas del té no se remontan más allá del siglo IV a.C.
Hacia el año 350 a.C. el té era bebida tan extendida en China que llegó a ser considerada bebida nacional. En documentos del 780 se describe su proceso de elaboración, en la siguiente receta: “Se hace un a modo de casquete de hojas que previamente habrán de ser sometidas al vapor, y trituradas; la pasta resultante se moldea en forma de pastelillo y se sumerge en agua salada hirviendo”.
La infusión resultante no sólo se bebía con devoción, sino que la hoja de té llegó a utilizarse como moneda. Según muestra cierta documentación procedente de los tiempos de la dinastía Ming, entre los siglos XIV y XVII, conforme la cual se hacían transacciones comerciales con las hojas de té: un buen caballo estaba tasado en sesenta y ocho kilogramos de hojas de té.
Expansión y difusión del té por el mundo
El té llegó a Japón en el siglo VI, más o menos al mismo tiempo que a la India. Con el té se especulaba en Oriente, de modo que el conocido naturalista alemán Andreas Cleyer lo introdujo en el siglo XVII en la isla de Java con gran peligro para su vida.
En Europa el té se menciona por primera vez hacia 1559 con el nombre de Chay-Catay o té de la China. De él habla el viajero veneciano Juan Bautista Ramusio en su libro de memorias Navigationi e viaggi. Pero pudo haberse sabido de él mucho antes mediante Marco Polo, pues ya que en el siglo XIII las casas de té eran abundantes en China.
No obstante lo dicho, parece que el té fue traído a Occidente por jesuitas españoles, aunque ya en Rusia se bebía por entonces.
Sea como fuere, tanto fue el gusto que por la nueva bebida se tuvo que algunos, como el médico holandés del siglo XVII C. Bontekoe, aseguraban que era conveniente tomar doscientas tazas de té al día para estar sano. No sorprende que fuera tenido por bebida medicinal, aunque tuvo sus detractores en la profesión médica: en el XVI algunos doctores italianos decían que debía abandonarse su bebida porque emborrachaba.
Arraigo del té en Inglaterra
Fue en Inglaterra donde el té halló mayor aprovación. En 1657 se anunciaba como la más excelente bebida de la lejana China, recomendada por los médicos de aquel país: por entonces se vendía en más de dos mil establecimientos londinenses junto con el café.
En su aceptación influyó poderosamente Oliver Cromwell, que veía en el producto una buena fuente de ganancias para el Estado vía impuestos, tanto que llegó a venderse clandestinamente para evitar las tasas. Sin embargo, la costumbre típicamente inglesa del “té de las cinco” tardó en surgir. Se le ocurrió a cierta dama de la sociedad, la esposa del séptimo duque de Bedford, que estableció aquella costumbre todavía inamovible.
Fue también en Inglaterra donde se fundó el primer monopolio de este producto: la Compañía de las Indias Orientales, que mantendría su poderío hasta mediados del XIX. Es a esta compañía a la que debe imputarse la lucha por la independencia en Estados Unidos cuando este país era colonia inglesa: la secesión de la colonia americana de la metrópoli lleva el nombre de Tea Act, o Acta del Té de 1773.
Cuando se introdujo esta bebida en las colonias británicas, las amas de casa no sabían cómo consumirlo y servían las hojas de té con azúcar o jarabe sin aprovechar el líquido en el que éstas habían hervido. No lo bebían, sino que se lo comían. En Holanda surgió la costumbre de añadir leche al té, y luego azúcar, e incluso azafrán y hojas de melocotonero para aromatizarlo y hacerlo así más apetecible.
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